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Belén Ordóñez / Recuerdos. Ediciones Espejo de Tinta, 2006; pp. 40, 41 y 43 (frags.)
He escogido este texto del libro autobiográfico de Belén Ordoñez (1956-2012) para ilustrar el apartado de Reliquias Guatequeras por varios motivos. El primero es porque está “rodado” en Málaga, en un periodo en el que yo debía tener 14,5-15,5 años aproximadamente (sus doce y trece años), y hace referencia a temas que me son familiares y que considero retratan algunos aspectos de una determinada época.
Para empezar, el pintarse y vestirse como personas mayores con el fin de aparentar tener una edad superior a la que realmente se tenía y, de esta forma, tratar de colarse, disimuladamente, en el cine cuando proyectaban películas clasificadas como no aptas para tu edad. No siempre se daba el pego, pero los que controlaban la entrada solían hacer la vista gorda en aras del negocio. Joaquín Sabina, por ejemplo, también se hace eco de tales episodios en su magnífica canción Una de romanos, donde dice: “si estrenaban Cleopatra y pedían el carnet, yo iba con corbata y pomada que cura el acné”. Por supuesto el carnet se te había olvidado en casa porque al ser menor de edad no lo tenías. En fin: las muchas veces irresistibles ganas de ser mayor cuando se es joven, de acceder al mundo prohibido de los adultos, de imitarlos y comportarse como ellos, de dejar de ser niño y que te traten como tal. Aunque también los hay que se resisten a madurar. Lo segundo que cuenta referente a la película El milagro de la vida, además de ser patético, es un fiel reflejo de la represión sexual del nacional-catolicismo de la dictadura franquista, que ya desde mediados de los 60 empezaba a mostrar síntomas significativos de flaqueza como consecuencia de la llegada masiva de turismo europeo con una mentalidad y unas costumbres más liberales (*). Dicha película, en realidad titulada Helga (el milagro de la vida), se proyectó en España en las salas de Arte y Ensayo, donde en la espesura de cintas supuestamente vanguardistas o experimentales, a veces complejas, cuando no ininteligibles, era posible ver alguna teta perdida, un torso desnudo insinuante, etc. Estábamos en los prolegómenos de lo que después se llamaría “el destape”. Y efectivamente, ante la perspectiva de poder observar un simple cuerpo de mujer desnudo, los hombres acudimos en masa a verla, los más tímidos con la coartada o excusa de que la película tenía un carácter documental y de divulgación casi científica, que diría el genial Woddy Allen, un maestro en descubrir crudamente, sin tapujos, nuestras interioridades. Así que, como contrapartida, nos tragamos nada más y nada menos que un parto. ¡Verdaderamente excitante!. Algunos, incluso, no pudieron aguantarlo y tuvieron que ser asistidos por mareos o lipotimas (ya saben como se las suele gastar el sexo fuerte para estas cosas), o abandonaron la sala decepcionados y cabizbajos, raudos y veloces. De erótica, la verdad, no tenía nada; todo lo contrario.
Cartel de "Helga (el milagro de la vida)" y una de las salas de cine de arte y ensayo
donde
se proyectó.
Fotocromos con escenas de "Helga (el milagro de la vida)",
que vi
en el cine Atlántida
de Málaga,
A continuación habla de que todos sus amigos iban a la playa de El Candado, un club privado situado en las afueras de El Palo. Efectivamente, en aquel tiempo y hasta la llegada de la democracia, había en Málaga algunas playas privadas como la del referido club, que además todavía tiene un pequeño puerto para embarcaciones de recreo y yates. Otras playas privadas eran la de Los Baños del Carmen, en Pedregalejo, y la de La Residencia Militar y la del Club Mediterráneo, en La Malagueta. El Club El Candado, con su club náutico y su campo de golf, estaba muy de moda entonces entre la gente “bien” o con cierto nivel adquisitivo de Málaga; al igual que antes lo estuvo el Club Mediterráneo.
Puerto del Club Naútico El Candado (Málaga), probablemente a principios de los 70.
El Candado (Málaga): en primer plano, el puerto y, a su derecha, la playa.
Dibujo que rememora un guateque o, como se decía
NOTA
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